jueves, junio 22, 2006

Frio

Uno puede empezar por recordar como las manos se empezaban a calentar en contacto con la piel, bajo la ropa, entre las piernas, entre las nalgas, tus nalgas. Como un dedo era una sorpresa helada cogiendo el ansioso trozo de carne inflada dentro de mi pantalón. Tus manos, tus pies helados exigían chimeneas y estufas, salamandras al rojo y humildes mecheros a parafina, a pesar de que los latidos, las respiraciones húmedas y calientes no tardaban en aportar lo necesario para el olvido, la amnesia y el instinto.
Una habitación bien caliente y tus piernas finas bien abiertas, de que otra forma podría describirse mi inmersión devota y furiosa en tus olores asustados del frio, había que allegarse al fuego, besarse quemándose el culo, arrodillarse en la luz naranja que titilaba tus labios mojados abiertos, lamiéndose el salado dulce de invierno que te ofrecía.
Uno puede empezar recordando una lengua dormida entre tus piernas y los dedos fríos, porfiados, intentando calentarse a pura sangre.